miércoles, 19 de marzo de 2014

Felicidades papás

Quiero ser como papá


Diez consejos para ser un buen padre

1. Pasar (mucho) tiempo con los hijos.
Hay que encontrar tiempo para estar con ellos. Aunque tengamos muchas obligaciones y éstas sean muy absorbentes y agobiantes, estar presentes en la vida de los chicos es prioritario. No nos engañemos con eso de que no importa la cantidad de tiempo sino la calidad; por muy buenos que seamos, quince minutos no pueden dar mucho de sí. En cuanto a la calidad, la personalidad de los hijos se desarrolla a partir de la relación con los padres, de lo que reciben de ellos y de lo que aprenden a su lado. Por eso cuando estamos con los niños, debemos estar entregados en cuerpo y alma, con ganas.

2. Querer y respetar a la madre.
El buen trato entre los padres es indispensable porque muestra los sentimientos que existen entre ellos. Aunque las cosas no vayan del todo bien en la pareja, tiene que reinar el respeto. Hay que hablar del otro y con el otro con aprecio. La relación entre los padres crea una atmósfera en la que el niño crece y va formando su identidad.

3. Ser un buen ejemplo.
Los hijos se fijan en el padre. Los padres son sus modelos, los chicos copian de ellos modos de ser, de afrontar y resolver, de relacionarse con las cosas, con los demás y consigo mismos. Así, muchas veces nos muestran nuestros propios defectos. Si al verlos, en lugar de enfadarnos, intentamos corregirnos y educar con el ejemplo, les enseñaremos a corregirse y mejoraremos nosotros también. Saberse un modelo y tratar de estar a la altura en la que nos ponen los hijos es muy educativo para todos.

4. Estar a las duras y a las maduras.
Los niños necesitan a su papá en todo momento y para muchísimas cosas. Un padre ayuda a crecer. Por eso es necesario que papá diga tanto «sí» como «no», él tiene que saber conjugar mimos y límites. A veces, los padres, conscientes de que pasan poco tiempo con los hijos, priorizan una faceta y se convierten en papás que sólo juegan o miman y desatienden los conflictos o, por el contrario, en papás ogros que sólo saben reprender como si vivieran enfadados. O se interesan nada más que por algunas de las actividades del hijo y desatienden las otras.

5. Regalar alegría.
Una infancia feliz es casi una garantía de una vida feliz, favorece que en el futuro el niño tenga integridad emocional y buena salud mental. Llegar a casa con chuches, planificar una excursión en familia, hacerles chistes para reírnos con ellos, jugar al escondite, contarles historias... este tipo de alegrías los chicos las reciben como algo más que un gesto, para ellos representan «lo bueno de la vida». Y estas cosas buenas son las que les fortalecen, les hacen más valientes y les dan armas para afrontar las dificultades propias del crecimiento o las circunstancias adversas. Tener una bicicleta o un patinete es estupendo, pero reírse con papá es necesario. Darles alegría no consiste en comprarles juguetes, sino en transmitirles, a través de la convivencia, el mensaje de que papá les quiere y disfruta con ellos.

6. Darles prioridad.
Cuando el niño es relegado en los intereses del padre, se refugia en la madre y se vuelve demasiado dependiente de ella. La principal función del padre es ayudar al hijo a sentirse seguro en el mundo más allá de los brazos de la madre, y para eso el pequeño debe sentir que es importante para papá. El vínculo con los hijos es el resultado de una decisión amorosa que hay que sostener día a día. Además, darles el primer lugar en nuestra vida nos hace a nosotros tan felices como a ellos.

7. Escuchar.
Estar atentos a lo que dicen y no dicen y animarles a expresar lo que piensan y sienten es la forma de conocerles. Los niños tienen creencias y fantasías que sorprenden al adulto. Para enterarnos de lo que pasa por sus cabecitas hay que escucharles con atención. Escuchar es un acto de amor, cuando les prestamos atención se sienten importantes para nosotros. Además, les damos la posibilidad de escucharse a sí mismos, ser capaces de hablar para defenderse, dar una opinión, plantear lo que no entienden, resolver conflictos, contar sentimientos o emociones e inventar historias. Y si comparten con nosotros sus tribulaciones o temores, se quedan aliviados.

8. Educar con cariño.
Disciplinarlos es una de forma de amarlos. Si les marcamos límites, si les negamos algo que nos piden pero no les conviene o nos oponemos a sus deseos porque no son razonables, será siempre por su bien, para ayudarles. No les educamos «para que no molesten a los mayores», sino para que sean felices y cabales, para ayudarles a desarrollarse como seres independientes. La disciplina adecuada une amor, razón y respeto por el niño. Si tenemos esas tres cosas, ya podremos enfadarnos sin miedo: sabremos corregirles sin agredirles y hacerlo sólo cuando lo necesitan.

9. Contar cuentos.
No hay nada tan interesante y entretenido como escuchar las cosas que les pasan a los demás y ver cómo resuelven sus problemas desde el lugar más seguro del mundo: al lado de papá. Junto a él pueden identificarse con el protagonista, atravesar penalidades y triunfar sin sufrir un rasguño. Pero los cuentos no tienen sólo un valor intelectual: la voz de papá les envuelve y les reconforta ahora igual que les arrullaban las nanas cuando eran bebés. Por eso les gusta tanto el cuento de antes de dormir.

10. Estar al tanto de “sus cosas”.
Los «asuntos de chicos» son importantes. Sean serios o banales, como tienen importancia para el niño, también tienen que tenerla para papá. Sin agobiarles ni atosigarles, hay que estar cerca de ellos para encauzar conductas, asistir a las reuniones del colegio, acompañarles al médico, estar al tanto de las notas, de qué hacen en el tiempo libre o cómo les va con los amigos. Se trata de acostumbrarles desde pequeños a que nos cuenten sus cosas, sin presiones y con respeto y si estamos a su misma altura y podemos mirarles a los ojos, mejor.


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