Quiero ser como papá
Diez consejos para ser un buen padre
1. Pasar (mucho) tiempo con
los hijos.
Hay
que encontrar tiempo para estar con ellos. Aunque tengamos muchas obligaciones y éstas sean muy
absorbentes y agobiantes, estar presentes en la vida de los chicos es
prioritario. No nos engañemos con eso de que no importa la cantidad de tiempo
sino la calidad; por muy buenos que seamos, quince minutos no pueden dar mucho
de sí. En cuanto a la calidad, la personalidad de los hijos se desarrolla a
partir de la relación con los padres, de lo que reciben de ellos y de lo que
aprenden a su lado. Por eso cuando estamos con los niños, debemos estar entregados en cuerpo y alma, con ganas.
El buen trato entre los
padres es indispensable porque muestra los sentimientos que existen entre
ellos. Aunque las cosas no vayan del todo bien en la pareja, tiene que reinar el respeto. Hay que
hablar del otro y con el otro con aprecio. La relación entre los padres crea
una atmósfera en la que el niño crece y va formando su identidad.
Los hijos se fijan en el
padre. Los padres son sus modelos,
los chicos copian de ellos modos de ser, de afrontar y resolver, de
relacionarse con las cosas, con los demás y consigo mismos. Así, muchas veces
nos muestran nuestros propios defectos. Si al verlos, en lugar de enfadarnos,
intentamos corregirnos y educar con el ejemplo, les enseñaremos a
corregirse y mejoraremos nosotros también. Saberse un modelo y tratar de estar
a la altura en la que nos ponen los hijos es muy educativo para todos.
Los niños necesitan a su
papá en todo momento y para muchísimas cosas. Un padre ayuda a crecer. Por eso es necesario que papá diga tanto «sí» como
«no», él tiene que saber conjugar mimos y límites. A veces, los padres,
conscientes de que pasan poco tiempo con los hijos, priorizan una faceta y se
convierten en papás que sólo juegan o miman y desatienden los conflictos o, por
el contrario, en papás ogros que sólo saben reprender como si vivieran
enfadados. O se interesan nada más que por algunas de las actividades del hijo
y desatienden las otras.
Una infancia feliz
es casi una garantía de una vida feliz, favorece que en el futuro el niño tenga integridad
emocional y buena salud mental. Llegar a casa con chuches, planificar
una excursión en familia, hacerles chistes para reírnos con ellos, jugar al
escondite, contarles historias... este tipo de alegrías los chicos las reciben
como algo más que un gesto, para ellos representan «lo bueno de la vida». Y
estas cosas buenas son las que les fortalecen, les hacen más valientes y les
dan armas para afrontar las dificultades propias del crecimiento o las
circunstancias adversas. Tener una bicicleta o un patinete es estupendo, pero reírse con papá es necesario. Darles
alegría no consiste en comprarles juguetes, sino en transmitirles, a
través de la convivencia, el mensaje de que papá les quiere y disfruta con
ellos.
6. Darles prioridad.
Cuando el niño es relegado
en los intereses del padre, se
refugia en la madre y se vuelve demasiado dependiente de ella. La
principal función del padre es ayudar al hijo a sentirse seguro en el mundo más
allá de los brazos de la madre, y para eso el pequeño debe sentir que es
importante para papá. El vínculo
con los hijos es el resultado de una decisión amorosa que hay que
sostener día a día. Además, darles el primer lugar en nuestra vida nos hace a
nosotros tan felices como a ellos.
Estar atentos a lo que
dicen y no dicen y animarles a expresar lo que piensan y sienten es la forma de
conocerles. Los niños tienen creencias y fantasías que sorprenden al adulto. Para
enterarnos de lo que pasa por sus cabecitas hay que escucharles con atención. Escuchar es un acto de amor, cuando
les prestamos atención se sienten importantes para nosotros. Además, les damos
la posibilidad de escucharse a sí mismos, ser capaces de hablar para
defenderse, dar una opinión, plantear lo que no entienden, resolver conflictos,
contar sentimientos o emociones e inventar historias. Y si comparten con
nosotros sus tribulaciones o temores, se quedan aliviados.
Disciplinarlos es una de
forma de amarlos. Si les marcamos límites, si les negamos algo que nos piden
pero no les conviene o nos oponemos a sus deseos porque no son razonables, será
siempre por su bien, para ayudarles. No les educamos «para que no molesten a los mayores», sino para que sean
felices y cabales, para ayudarles a desarrollarse como seres
independientes. La disciplina adecuada une amor, razón y respeto por el niño.
Si tenemos esas tres cosas, ya podremos enfadarnos sin miedo: sabremos corregirles
sin agredirles y hacerlo sólo cuando lo necesitan.
No hay nada tan interesante
y entretenido como escuchar las cosas que les pasan a los demás y ver cómo
resuelven sus problemas desde el lugar más seguro del mundo: al lado de papá.
Junto a él pueden identificarse con el protagonista, atravesar penalidades y
triunfar sin sufrir un rasguño. Pero los cuentos no tienen sólo un
valor intelectual: la voz de papá les envuelve y les reconforta ahora igual que
les arrullaban las nanas cuando eran bebés. Por eso les gusta tanto el
cuento de antes de dormir.
Los «asuntos de chicos» son importantes. Sean serios o
banales, como tienen importancia para el niño, también tienen que tenerla para
papá. Sin agobiarles ni atosigarles, hay que estar cerca de ellos para encauzar conductas, asistir a
las reuniones del colegio, acompañarles al médico, estar al tanto de las notas,
de qué hacen en el tiempo libre o cómo les va con los amigos. Se trata de acostumbrarles desde pequeños a que nos
cuenten sus cosas, sin presiones y con respeto y si estamos a su misma
altura y podemos mirarles a los ojos, mejor.
Perfumería Londres
os desea un
¡ ¡ ¡ F E L I
Z D Í A D E L P A D R E ! ! !
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